El palacete
Aquella mañana en las mangas salpicadas de colores por las flores silvestres, frente al antiguo palacete de piedra con cierto estilo de castillo gótico, ambos consintieron en que nada sería mejor para comenzar la aventura de vivir juntos y zanjar el amor, que aquel espacio fantástico dotado de magia secreta encerrada en su historia. Confirmaron la decisión al conocer por dentro la vetusta morada, recorrer sus extensos campos con el encargado de mostrarla, e indagar un poco más sobre su pasado.
Ese mismo día iniciaron los trámites y pronto los bisabuelos, Julia Ponce y Pedro Lara, fueron los dueños de la propiedad. Se apresuraron con las remodelaciones, las mejoras y la dotación y pasados seis meses, en cuanto regresaron de la luna de miel estrenaron la casa. Mudarse al confortable hogar en que convirtieron la mansión, tras una costosa inversión y mucho trabajo, los inundó de expectativas. Con los limitados recursos sobrantes y un préstamo, pondrían los campos a rendir, comprarían algunos caballos, animales productivos, algo de maquinaria e insumos agrarios; podrían contar con la asesoría de expertos y contratar jornaleros.
Brillaban sus esperanzas contemplando el camino de los sueños en las conversaciones que entablaban, henchidos de ilusión. Se instalaron y comenzaron a concebir la gran obra, haciendo un poco de lo necesario cada día que pasaba. Al cabo de unas semanas, aterrados, supieron lo que es tener el miedo calado en el tuétano de los huesos. El pánico que se sobrevino trajo consigo el deseo incontenible de salir despavoridos y vender, y un arrepentimiento tormentoso por haber gastado todos los recursos de que disponían, en la compra de lo que sólo era el cimiento de sus ideales.
A cualquier hora, las puertas se abrían y cerraban solas, en el depósito del sótano se escuchaba que movían cosas pesadas o las echaban a rodar y a veces, se oía un chorro de agua caer que llenaba un recipiente y cesaba al rato. Por las tardes en los alrededores del palacete, sobrevolaban los árboles por largos períodos bandadas de cuervos negros, entre los que se destacaban algunos de pecho rojo vistoso. Luego las aves se posaban en las ramas y cuando el sol comenzaba a ocultarse, protagonizaban un alboroto bullicioso en los alfeizares de los ventanales principales y la habitación de la pareja, hasta entrada la noche cuando desaparecían. Al filo del amanecer, los pisos y las paredes de los corredores eran plagados por alacranes, que generaban un sonido extraño como si lijaran las superficies al arrastrarse.
Estaban desesperados, pero los bisabuelos pensaron bien antes de ser drásticos y precipitarse. Se marcharon con algunas cosas personales y establecieron temporalmente en un pequeño chalé amoblado que arrendaron cerca del pueblo, con el propósito de buscar ayuda e intentar una solución. Convencidos de que en los campos nunca faltan los magos de la luz y de las sombras, porque en ellos abundan las supersticiones y las creencias en espantos y apariciones, averiguaron y consiguieron una señora famosa por sus conocimientos en entidades de otras dimensiones y mundos espirituales, en compañía de su ayudante, para que examinaran la situación y sacaran las fuerzas desconocidas de la casa.
Isoldiana Peralta, cuya forma de hablar más lenta de los normal la distinguía, era una mujer cuarentona, gruesa, de mediana estatura y piel blanco pálido sobrenatural, acentuado por el color acostumbrado de sus ropas. Tenía una frente corta, ojos saltones y encapotados bajo sus párpados caídos, y la mirada penetrante y auscultadora, pese a que desplazaba las pupilas de un extremo a otro rápidamente y sin parar. Su rostro se destacaba por la prominente nariz corva perfilada, la boca grande de labios gruesos y abollonados y los dientes torcidos. La postura corporal con el tronco echado hacia atrás y las piernas abiertas cuando estaba de pie sobre los zapatos planos de punta cuadrada que usaba, el caminar balanceando, los regordetes brazos, las caderas desproporcionadas y sus atuendos amarillos y anchos, le daban un aspecto desaliñado, anduviese de pantalones o vestidos.
Su acompañante, el señor Carolo Herrera, llamaba la atención por su presencia particular. Era delgado al extremo, tenía menos de un metro con sesenta de altura y el cuello reducido, de modo que la cabeza lucía pegada del tronco. De piel cetrina clara, frente ancha, cara rectangular muy estrecha y alargada, ojos chiquitos rasgados que se cerraban del todo al reír, dientes pequeños, nariz chata y labios como rayitas cortas, que a duras penas daban cabida a una cuchara de sopa, y con el cuerpo enclenque siempre enfundado en pantalones blancos apretados de bota amplia, que usaba con camiseras ajustadas de manga larga en colores variados, daba la impresión de ser una especie de fenómeno.
Estos personajes, con el tinte de los muertos en el color de la piel, raros, silenciosos, y de apariencia atípica, hicieron rituales en la mansión y sus tierras tres fechas por mes en el transcurso de noventa días, a las diez de la noche en todas las ocasiones. Usaron velas protectoras de tallo corto bifurcado en la parte superior, en diferentes colores, blanco, amarillo, anaranjado, azul, verde, rojo, violeta y dorado. Durante las ceremonias recorrían todos los espacios encarrilados en una fila encabezada por los bisabuelos, detrás de quienes iban Isoldiana y Carolo, entonando rezos que combinaban oraciones cristianas con otras en un dialecto ininteligible.
Los participantes llevaban en una mano la vela blanca y en la otra la de color, cada una con su par de mechas encendidas. Antes de iniciar Isoldiana las repartía, mientras el ayudante colocaba ramas de ruda bañadas en amoníaco por todas partes, algunas de las cuales usaba para azotar entre rezos lo que encontraba a su paso, acción que desarrollaba agarrando las velas con una sola mano. En la última oportunidad llevaron a cabo una invocación en el sótano, donde había muchos toneles viejos de roble y más ruidos se escuchaban. Esperaron largas horas pacientemente, lo que les obligó a remplazar las velas varias veces para mantener el fuego encendido.
A las tres de la mañana aparecieron los espectros, componiendo un conjunto enorme de personas acomodadas como para una foto. Estaban organizadas en pequeños grupos familiares, vestidos cada uno con trajes que se podía reconocer eran propios de distintas épocas. No parecían espíritus aterradores y la imagen era cautivadora en ese espacio en claroscuro, debido al efecto evocador de una pintura al estilo de Rembrandt; por lo que el miedo de los bisabuelos a enfrentar ánimas malignas se disipó. Carolo reaccionó y sacó del bolso de cuero que llevaba terciado cruzándole el pecho varios candelabros, los distribuyó por el piso de la estancia, puso en ellos velas de dos cabezas y las encendió.
Isoldiana preguntó quién le respondería por qué estaban tan enojados haciendo bulla y mortificando los nuevos dueños de la casa y los terrenos. Una de las ánimas más viejas tomó la palabra y con voz recia y grave aseveró que la única forma de que la prosperidad retornara al lugar sería restableciendo el viñedo que su familia cultivó por cuatrocientos cincuenta años en los campos aledaños, el cual por desgracia había desaparecido debido a la matanza de muchos miembros de la estirpe durante la guerra y la mortandad que desencadenó después una epidemia de gripe. También declaró que su intención no era atormentar a los vivos, sino hacerles saber que solo un negocio vinícola fundado a partir de sus fórmulas y tradiciones le devolvería el esplendor a la propiedad y sus habitantes. Julia se atrevió a interrumpir abruptamente y de manera inteligente enfrentó el espíritu, a quien dijo:
«No podríamos aplicar las técnicas rudimentarias de antaño, por el capricho de mantener las tradiciones de los propietarios originarios de las tierras. Los tiempos cambiados, ofrecen otras alternativas productivas con excelentes resultados que no sería bueno desaprovechar, perderíamos lo invertido, la competencia con su avanzada tecnología y maquinaria especializada nos devastaría, y ya no tenemos de donde sacar más dinero. Necesitamos empezar a producir cuanto antes, las deudas por pagar nos esperan. Si nos dejan trabajar y nos ayudan, combinaremos los métodos familiares que ustedes usaban, con los procedimientos modernos. Les puedo garantizar que el resultado será que pondremos en el mercado el mejor de los vinos de la región. Un elixir con la esencia del misterio que guardan las fórmulas de su linaje», —aseguró.
Julia obtuvo un logro inmediato, puesto que el aparecido le dio una respuesta favorable.
«Si lo nuevo que usted sabe ha de servir para mejorar las vides, estimular los sembrados y producir un vino de excelente calidad, cuente con nuestra ayuda. Nos puede convocar siempre que nos necesite. De siete golpes con el puño a uno de los toneles y pronto estaremos a su servicio», —manifestó el fantasma mayor.
El negocio para vivir sin nada que temer y prosperar tranquilos, se hizo sin dificultades. Julia agradeció, presentó a su esposo Pedro y pidió lo autorizaran para convocarlos cuando fuera necesario. Los espíritus se desvanecieron complacidos y nunca jamás hubo ruidos ni fuerzas escalofriantes en el palacete, que terminó convertido en la lujosa villa y una joya histórica en todos los sentidos.
—En adelante nuestro linaje fue impulsado por la luz de la buena suerte hacia la prosperidad. Y el imperio vinícola que surgió, dio origen a este exquisito y exclusivo vino selecto con el que estamos brindando en memoria de su creación y los esfuerzos de los bisabuelos, porque gracias a ellos somos felices y millonarios —expresó Miguel a su hijo Joaquín.
—¿Papá, y a ti quién te contó? —preguntó el muchacho.
—Esa es otra leyenda. Leí los diarios de la bisabuela y la bitácora del bisabuelo. Te adelanto que ella registró en esas libretas las vivencias más importantes y acontecimientos que marcaron sus días a través de los años que vivió aquí, los que en total fueron cincuenta, y tenía veinte cuando llegó. Los tituló, Momentos mágicos en cada ejemplar e hizo uno por año en letra manuscrita. Él, que vivió su negocio como una eventualidad, nombró sus cuadernillos de anotaciones como Aventuras extraordinarias de un emprendedor, e igualmente los escribió con su puño y letra hasta la fecha de la muerte de su compañera de vida. En los estantes más altos de la biblioteca puedes encontrar todas las memorias —respondió el progenitor.
—Como no terminemos igualmente convertidos en ánimas sin descanso eterno, por conservar después de muertos la propiedad y el negocio familiar. Al menos yo, quiero que cuando muera mi alma vaya a dormir tranquila en el mundo espiritual hasta que le corresponda volver a despertar y regresar a la vida, si ese es lo que nos depara la evolución de las energías que nos animan. Prefiero estar vivo en el plano de la existencia material y fluir como las aguas puras, que muerto, petrificado y estático localizado en un mismo punto, retenido en un sustrato oscuro, sufriente y limitado, aferrado al pasado, donde ni el dinero existe y las cosas carecen de valor —contestó el joven Joaquín a su padre.
Alma Selena Miranda Villalba.
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