El último domingo
Travesías de mujeres, historias de vida.
Alma Selena Miranda Villalba
El último domingo
Salió de casa y emprendió la larga caminada hacia la playa. El verano ardía y como si el cielo sintiese la sed de la tierra, comenzó a descargar briznas de lluvia que le acariciaron la piel, hasta que un fuerte aguacero amenazó con emparamar sus ropas y la obligó a resguardarse. Esperaba escampara cuando por suerte, pasó el bus que le daba la vuelta a la isla y subió a él. El conductor y una anciana que había visto en otras oportunidades ocupaban el vehículo, que iba despacio y en cada paradero estacionaba por un rato, para aguardar que alguien más lo abordara.
Contempló en cada trayecto los bulevares solitarios. Una sensación de paz y de vacío simultáneas le aguó los ojos, pero la esperanza desvanecida por los recientes acontecimientos le fue devuelta por las posibilidades de cambio y futuro que le deparaba la juventud, porque excepto que la sorprendiera la muerte prematuramente o un hecho trágico, tenía una amplia perspectiva en comparación con la adulta mayor que iba en una de las bancas de enfrente.
En la siguiente parada se apeó y pese a la llovizna leve que continuaba cayendo, tomó el camino de la playa por la que anduvo de la mano del amor de su vida, el último día que compartieron. Se quitó los zapatos, los guardó en la mochila, e hizo el mismo recorrido que aquella tarde brillante, sintiendo las olas en los pies descalzos, entre tanto repasaba los recuerdos ante el horizonte gris. De regreso, buscó un restaurante con vista al mar para comer algo y al acomodarse, vio en una mesa cercana a la señora con la que viajó en el autobús. Estaba muy sonriente, acompañada por alguien que parecía ser su pareja, quien más tarde la besó en los labios y se marchó.
Poco después, ya entrada la noche, ambas salieron a la calle con minutos de diferencia y luego, coincidieron en la parada del autobús, donde cruzaron un corto saludo que dio lugar a que formalizaran la presentación y conocieran un poco sus historias durante el retorno, pues se sentaron en puestos contiguos. Adela, escapaba de su soledad el último día de cada semana, y se reunía en furtivo encuentro con el que fue su amor imposible de juventud, quien cuidaba dedicado a la esposa enferma. Casandra, en duelo por su reciente viudez, iba los domingos a la playa donde vivió con su esposo momentos inolvidables, a dejar en las aguas saladas del mar la inmensa ausencia. Decidida a atesorar lo mejor de las memorias y retomarse a sí misma, ahora abriría un nuevo capítulo de la existencia.
Alma Selena Miranda Villalba.
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